Recuerdos de la infancia

Domingo 21 de diciembre de 2014
Miradas cómplices. | Margarita y Yoyita disfrutan al contar sus historias. | Foto: Gentileza: Marcelo Rodríguez
Margarita Atamañuk y (69) y Yoyita Carossini viven actualmente en la ciudad de Leandro N. Alem, pero nacieron en pueblos muy pequeños.
Margarita es hija de inmigrantes ucranianos que se instalaron en Bonpland, mientras que Yoyita creció en Itacaruaré, con el río Uruguay velando por su niñez.
La Navidad se vivía y sentía diferente que en estos tiempos, según comentaron ellas.
Las fiestas de Margarita se regían por la tradición ucraniana que habían traído sus padres de Europa. “La Navidad se festejaba de la manera que le enseñaron nuestros abuelos. En la Nochebuena mi padre entraba con un maíz y un mazo de trigo. Antes no teníamos arbolitos, entonces se colocaba eso en un lugar y se lo llenaba con caramelos, porque otra cosa no había”, recordó.
Su familia era numerosa. Estaba conformada por nueve hermanos y aunque no habían grandes distracciones, no significaba que no se divirtieran. Una de las mayores alegrías era saber que en la Nochebuena todos se pondrían ropa nueva. Acontecimiento que no sucedía con frecuencia, porque eran pobres.
“Después de la cena, nos íbamos a la misa, la Misa de Gallo. Los sacerdotes venían de Apóstoles. Era una alegría. Nos alumbrábamos con la Petromax a querosén. Así se festejaba. Ahora estoy acá en el pueblo y sigo con la tradición ucraniana. La Navidad se festeja casi igual”, contó.
Yoyita, por su parte, sufrió tres aneurismas cerebrales y pasó por dos cirugías en 30 días. Hay ciertos aspectos y personas que formaron parte de su vida que no recuerda. Sin embargo, aquellos días en la casona de su abuelo en las orillas del río Uruguay son imborrables. “Mientras los más grandes charlaban, los más chicos cantábamos y jugábamos. Frente a la casa había un pino y nosotros tomábamos un frasco de vidrio y nos poníamos a juntar las taca taca. Después un primo, el más alto, se encargaba de subir al pino y colocar las tacas. Y ellas, una vez que están adheridas al árbol no vuelan, se quedan sujetas ahí. Ahí se formaba nuestro árbol de Navidad”, rememoró con una gran sonrisa.
“Nos acostábamos a las 19 para que ya llegara el otro día y ver lo que nos había traído en niñito Jesús. Apretaba mis ojos bien fuerte para poder dormirme y que amaneciera rápido”, contó entre risas la mujer, emocionada por el recuerdo.

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