Juan Figueredo

miércoles 17 de abril de 2024 | 6:00hs.

Nació el 28 de marzo de 1939 en Campo Viera este hijo de un pequeño agricultor. Con el tiempo serían cuatro días después de aquel fatídico 24 de marzo de 1976.

Su padre fue de aquellos misioneros que construyeron el interior de la tierra colorada. De esos rudos hombres que acompañados de sus mujeres labraron la tierra, hicieron potreros, construyeron tajamares, levantaron sus propias casas y combatieron las hormigas que de la noche a la mañana rapiñaban el sembradío dejando a cambio la tierra yerma. Ellos fueron los que amasaron su propio pan y ahorraron moneda tras moneda para poder educar a sus hijos, como a Juan, quien pudo después de tantos sacrificios recibirse de maestro. Luego de ejercer su profesión en sus pagos recaló en Posadas, donde militó y fue conductor de la gloriosa JP de las Regionales, para después renunciar y dejarle esa parada a su compañero de vida y de lucha, el colorado Luis Arturo Franzen. Pues él, con otros compañeros, se dedicaría a fundar la Juventud Trabajadora Peronista teniendo de base operatoria el viejo caserón del gremio de ATE en calle Salta. Fue tremendo luchador, defensor de la clase trabajadora y en la organización de crear gremios como el de las empleadas domésticas, estructura que lo enorgullecía.

Esta acción bienhechora no podía durar en un país convulsionado. El derrumbe de su organización comenzaría a principiar tras el cobarde asalto al local de la Juventud Peronista en la justa esquina de Beato Roque González y Coronel Álvarez, al tiempo que asesinaban en Buenos Aires al conocido militante y diputado nacional Rodolfo Ortega Peña, perpetrado por la tenebrosa Triple A. Juan Figueredo, amigo del occiso, no calló ambas agresiones y ofreció con rabia y dolor un comunicado a los medios, de cuyo contenido se hiciera eco El Territorio de Posadas.

“Esta muerte y el asalto a nuestro local son parte de un plan de acción contra las organizaciones populares que hoy tienen una formidable oportunidad tras la muerte de Perón, el cual ha dejado el movimiento sin conducción y sin resistencia. Nuestras organizaciones como muchas otras se afirman en la unidad y la solidaridad, armas con que cuentan para dar batalla en el combate por la supervivencia del movimiento y por la continuidad del proceso democrático abierto el 25 de mayo de 1973. En la unidad encontramos la claridad para distinguir a los enemigos principales, aunque se disfracen con el barniz de falsa ortodoxia. (Cuántos se disfrazaron). A la solidaridad debemos practicarla cotidianamente comprometiendo nuestro esfuerzo en la defensa de nuestros derechos. Y finalmente la organización será el punto de partida y de llegada por la institucionalidad que implica nuestro movimiento, basado en la elección directa y democrática de nuestros representantes”.

Lúcida manifestación de ideas que induce, social y políticamente a aceptarla como la declaración de principios de los muchachos del Partido Auténtico. Expresión cabal de una pléyade de jóvenes que sustentaban la utopía de luchar en paz y democracia por una Argentina mejor sin atisbo de violencia. Prístino pensamiento de una generación que fueron asesinados o están desaparecidos. ¿Merecían por el solo hecho de pensar de manera libre y democrática el macabro holocausto?

En aquella época de los 70 teníamos un país epiléptico, resultado de los espasmódicos golpes y planteos militares por doquier, donde la democracia definitiva no era más que un sueño utópico. ¿Qué argentino -salvo los eternos reaccionarios y los beneficiarios económicos de siempre- hastiado de tanta prepotencia militar no sentía cierta simpatía por esos grupos de jóvenes que luchaban, armas en manos, por recuperar la libertad y la dignidad avasallada? Muy pocos. Pero ese mimetismo solidario no fue un cheque en blanco para que después siguieran en igual derrotero una vez instaurada la democracia. Vigente el gobierno democrático, los jefes guerrilleros acantonados en la Capital Federal jamás comprendieron el momento histórico y en desarrollo que se estaba gestando en el país, particularmente en Misiones. Incomprensión que los llevó a la clandestinidad cuando pretendieron transformar la anterior lucha pasional, si se quiere racional, al combatir sin retorno contra el gobierno de Isabel Martínez de Perón, surgido del voto popular. Y si bien la Señora como gobernante fue un desastre, aun con el terrorífico López Rega soplándole las orejas, nada justificaba la vuelta a las armas y el reinicio de la contraofensiva encubierta, dejando en ascuas a miles de jóvenes que no entendían el retorno a la guerrilla y del atentado falaz. Era trocar los sueños románticos de la reconquista democrática por un neoterrorismo al garete, que en su naufragio arrastraba a la incipiente democracia hacia la profundidad incierta de la nada, como si la sociedad los siguiese apoyando en este nuevo reacomodamiento demencial. Porque al fin de cuentas, si el oscurantismo militar a partir de marzo del 76 fue culpable directo de tantos muertos y desaparecidos, los jefes guerrilleros en democracia actuaron como el flautista de Hamelín, mandando al abismo a cientos de jóvenes inocentes que empezaban en la buena nueva a lidiar en pos de sus legítimas ilusiones.

La canallada más infame se dio cuando el comando de Montoneros hizo creer que el Partido Auténtico representaba el ala política de la acción guerrillera. Una hipocresía. Nunca en Misiones adhirieron a esa ponencia.

También, en aquel pedazo de historia que muchos la han vivido y otros prefieren olvidarla, pontifica que la continuidad clandestina fue tremendamente perjudicial para la seguridad de las grandes mayorías populares, incluida la porción de militantes y funcionarios que ostentaron cargos en el gobierno peronista de los años 73 al 76. Pues, tras el golpe, ellos también, en mayor o menor medida, sufrieron el peso de la represión más despiadada que se tenga memoria en nuestra patria. Y soslayarla es una forma de discriminación.

PD: Muchos jefes montoneros han ocupado altos cargos públicos y en sede diplomática sin atisbo de un mea culpa. Se mimetizaron con la democracia que supieron combatir.

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