Cuba capitalista

Viernes 25 de abril de 2014

En diciembre de 1989, durante una reunión informal en La Habana, tuve oportunidad de preguntar a Fidel Castro por qué nunca se refería a los problemas inherentes al socialismo, tal como se lo concebía y practicaba en la URSS y en Cuba. Abrió grandes los ojos y repreguntó: “¿Y qué problemas tiene el socialismo, chico?”. La productividad, por ejemplo, comandante, contesté. Lo que siguió fue un enfurecido y apenas velado discurso de Fidel contra la URSS (aludió despectivamente a “los tecnócratas de la Lomonosov”, la universidad estatal soviética), que dejó entre perplejo y helado al pequeño grupo que lo escuchaba.
Luego se supo que Mijaíl Gorbachov, nombrado poco antes presidente de la desfalleciente URSS, acababa de comunicar a Fidel que la ayuda soviética se reduciría hasta límites insoportables para Cuba. El anuncio del “período especial”, eufemismo con que se nombró a la grave crisis económica cubana que siguió a la debacle de la URSS en 1991, le había sido formulado a Fidel poco antes de aquella reunión informal en La Habana. De allí el furor del comandante.
En 1989, a treinta años de la Revolución, fuentes confiables estimaban que Cuba había recibido 80 mil millones de dólares de ayuda de los países socialistas, entre préstamos, precios subvencionados y otros, sin incluir la ayuda militar. Aún reduciendo esa cifra a la mitad, una suma extraordinaria para un país como Cuba. Sin embargo, seguía siendo básicamente monoproductor y monoexportador y aún no podía alimentar a su población. El número de camas y los ingresos por turismo eran casi exactamente iguales a los de antes de la Revolución. El país no se había desarrollado en el sentido cabal del término, a pesar de que la ayuda soviética representaba un ingreso equivalente, en términos relativos, a la renta colonial obtenida por los países industrializados.

Simplemente, en la Cuba de 1989 se agotaba el mismo régimen que agonizaba en la URSS: Partido Unico, asimilación del Estado por el Partido, censura y represión de la disidencia y economía ciento por ciento planificada desde el Estado.
Paradojas de la historia. No es del caso aquí volver sobre los notables progresos en materia educativa y sanitaria; en cierto desarrollo tecnológico y científico, logrados por la Revolución Cubana. Son incontestables, y lo mismo puede decirse, con las variantes del caso, de la URSS, de China y de la mayoría de los países de “socialismo real”. Con lo bueno y con lo malo, esos países ya no son lo que eran. Han salido al menos del feudalismo cultural, viviendo su ingreso a la modernidad detrás de un modelo de “socialismo” que acabó por fracasar.
Signo pues de los tiempos, y detrás de la URSS, China y los demás, Cuba emite ahora señales concretas de una apertura capitalista. Sean cuales sean los pasos siguientes y su velocidad, la “apertura” no puede ser otra que capitalista. Todo el mundo lo es ahora, y si el “socialismo real” se hundió, la socialdemocracia navega al garete en la crisis estructural del capitalismo sin atinar a propuestas válidas. El socialismo democrático sigue pues esperando su hora, y no hay razones para la impaciencia: al capitalismo le llevó tres siglos democratizarse, y esto sólo en unos pocos países.
¿Cuál será pues el rumbo político de Cuba? Paradojas de la historia, los países ex “socialistas” han devenido un paraíso capitalista, en la medida en que ofrecen servicios manuales e intelectuales de calidad y bajísimo costo, sometidos además a estricto control político. China y Vietnam dan actualmente el ejemplo. Pero la sociedad cubana no es oriental y Cuba, como México, “está tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”, donde millares de cubanos del exilio hociquean la oportunidad de regresar y/o hacer negocios. Venezuela, la URSS del momento para Cuba en materia de ayuda, está en graves dificultades, igual que los demás populismos latinoamericanos…
No hay más remedio que esperar, y ver qué pasa.

Carlos Gabetta
Escritor, periodisa