La barcaza de Mandové

Sábado 28 de febrero de 2015

El 26 de febrero de 2007 se nos moría, en Posadas, el genial Mandové.
Imaginemos una solitaria barcaza amarrada en la ribera; el viento le va desatando el nudo de la soga reseca, tiembla un instante, y ya libre de ataduras se mueve lentamente, se la lleva el río a la deriva.
Esa tarde los remos cruzados descansan, no chapalean.

Desde el horizonte se levanta una procesión de nubes y en un esplendoroso ocaso desfilan las más extrañas configuraciones de figuras; son las mismas que dibujaba Mandové: un rancho, morteros y carros, mujeres humildes, hombres taciturnos, matungos y cuzquitos, ollas negras, sartenes doradas, palmeras y lapachos, un tren, un barco, una bandada de patos, gurises, carretillas, plazas, bailantas non santas, banderines y comisarios adustos.
La barcaza se pierde en el horizonte y en las débiles estrellas cabalga un jinete implacable: el olvido; no volvimos a sorprendernos ni con el trazo suyo ni con su lúcida picardía bohemia, tan emparentada una cosa con otra.
Supo crear una mitología misionera tan populosa como la griega, inspirado en formas que su mano bocetaba de memoria entre susurros y visiones. La rara captación era su renovado don: Mandové había visto el paisaje con otros ojos, como si su misión fuera la del archivista; luego la mano volaba sobre el papel, el lápiz lo rozaba, y en instantes comenzaba a aparecer de la nada el esbozo pretendido.
Sumamente sensible a perfiles del pobrerío, no le alcanzaba el día para poblar las láminas con sus “viejas” de rostro arrugado, hacheros encorvados, de eterna mascada, caballos serenos y arboledas como crisoles de sombras enmarañadas. Cosa extraña, en el último tiempo dibujaba en el aire, y sonreía, como adentrándose en la orilla de la que no se vuelve.
Imaginemos, decía, una vieja barcaza a la deriva por el Paraná bajo un cielo inmaculadamente estrellado; en caprichosa astronomía las constelaciones  componen esta noche símbolos que no soñó ni Galileo: la cosmografía mandoveana.

Aguará-í