Hubo una época en que un sector importante de la izquierda argentina creía que la democracia era una falacia, una treta, un enmascaramiento, la manera que encontraba el capitalismo para imponer su dictadura explotadora de manera más engañosa. Por eso, hubo movimientos armados que se rebelaron contra sistemas democráticos, con el argumento de que se trataba de dictaduras encubiertas. Ese mecanismo está descripto de manera notable en La Soberbia Armada, el tan magnífico como demonizado libro de Pablo Giussani sobre Montoneros. En estos últimos tiempos, hay un sector social que, nuevamente, cree que vivimos bajo una dictadura, contra toda evidencia sensorial: hay libertad de prensa, no hay presos políticos, las autoridades se eligen por elecciones, se puede andar por la calle a cualquier hora. La última expresión de esa desmesura fue la declaración que hizo Mirtha Legrand, justo el domingo de las elecciones porteñas en las que el kirchnerismo ni siquiera figuraba. La popular animadora calificó a la presidenta Cristina Fernández como una "dictadora" y desató furias y tempestades. Así, lo que podía haber terminado simplemente como una discusión menor, en la que la afirmación de Legrand podía ser rebatible de manera muy sencilla, se transformó en algo mucho más interesante sobre cómo procede cada uno en la vida y en la política. Y, como se verá, resultó ser que lo suyo era casi una ingenuidad.
El primero en responderle fue Carlos Kunkel. Sus argumentos fueron muy reveladores sobre lo que anida en su alma. Sin decirlo claramente, trató a Legrand de puta. El diputado k le pidió a "la señora Legrand que cuente cómo hacía antes del 55 para ser la actriz que más películas filmaba. Había rumores de cómo hacía para lograr que funcionarios peronistas le otorgaran la preferencia en la conducción de todas las películas. Después de que cayó el peronismo parece que quiso lavarse de toda la culpa y de su paso por alcobas ajenas". Luego, Kunkel la acusó de haber abandonado a su hijo fallecido.
El segundo argumento de Kunkel podría sostener que no hay nada peor que llamar a alguien "dictador". Tal vez, la frase completa diría: "Es terrible llamar a alguien dictadora en un país donde la dictadura hizo tal cosa y tal otra", pronunciada con el dedo en alto y los ojos enrojecidos. También es un argumento débil. Al fin y al cabo, esa actitud ha sido un hecho bastante común por parte del kirchnerismo. ¿O no son sus jóvenes los que corean, acto tras acto, "Macri, basura, vos sos la dictadura" o "Clarín, basura, vos sos la dictadura"? En un discurso muy recordado, frente al Congreso, fue el propio Néstor Kirchner quien comparó a la revuelta agropecuaria con los grupos de tareas de la dictadura. ¿Cuál sería la lógica? ¿Nadie puede acusar a otras personas de ser dictadores dado lo que se sufrió entre 1976 y 1983? ¿O eso solo es válido cuando el gobierno le revolea la palabra a unos pero no cuando se lo hace en sentido contrario?