Con El don de la enseñanza

Viernes 25 de abril de 2014
Combinar dos pasiones resulta un cóctel ideal y el cura de la parroquia Inmaculado Corazón de María tiene los ingredientes necesarios para lograrlo.
Giberto Salares nació en Filipinas y hace 18 años recorre la provincia como misionero de la Congregación del Verbo Divino. El aprendizaje lo llevó a la experiencia y hoy, instalado en la ciudad de Posadas, se encarga de formar en el taekwondo ITF con el objetivo de “acompañar y estar acompañado”.
Tomar asiento en el despacho principal de la parroquia es respirar silencio. Frente al humilde escritorio se ubica Giberto, algo rígido en su postura pero con ojos portadores de tranquilidad.
 “Llegué a la Argentina el 10 de enero de 1996 como misionero de la Congregación del Verbo Divino y recorrí gran parte de Misiones”, inauguró Salares, nacido el 10 de diciembre de 1966 en Asia.
“En Fátima sólo tuve tres meses para estudiar y aprender el español antes de iniciar la misión, fue como tirarnos al agua para nadar; como le pasa a todos, al principio costó adaptarse”, continuó entre risas, con tonada original aunque trabajada.
Salares recorrió muy bien la tierra colorada. Pasó por Campo Viera, San Javier, Bernardo de Yrigoyen, El Soberbio, Colonia Aurora, Capioví (estuvo seis años) y Posadas. “Con el correr del tiempo la gente también te desafía. Un día se acercaron a pedirme que hable espontáneamente. Me dijeron ‘Padre por qué no habla con nosotros’. Tuve que dejar un poco de lado las homilías y me aventuré a los discursos; pasaron las primeras misas y los fieles aseguraban que ‘eran espectaculares’, pero cuando ganaron confianza me decían la verdad”, soltó una carcajada; “la gente también es comprensiva y generosa”, agregó.
La particularidad de Giberto es su lugar de origen, ensamblado en un continente que poco tiene que ver con el catolicismo, aunque a la hora de evacuar dudas la razón quedó a la vista. “Lo que me atraía desde los siete años era la sotana del sacerdote, siempre quise ser uno de ellos, y con el apoyo de mis padres no dudé en seguir el camino de Dios. La vocación siempre surge de la familia, además Filipinas es el único país asiático donde la religión católica es dominante”, expresó.

El llamado al deporte
“Desde chico me gustaban las artes marciales. Comencé con karate en mi país a los 12 años y soy cinturón negro, pero cuando empecé en el seminario lo dejé por la necesidad de concentrarme en la materia espiritual. Una vez cumpliendo la función de Ecónomo Provincial en Posadas sentía aburrimiento porque me había acostumbrado a los tratos casi familiares con gente del interior y acá (por Posadas) mi trabajo era sedentario, casi de oficina”, aseguró.
Llevar la pesada mochila del tiempo en sus espaldas generó secuelas en Giberto. “Comencé con los dolores de nuca entonces me dije a mí mismo que debía hacer algo. Gustaba del básquet, pero no tenía con quien jugar, me fui al tenis, pero tampoco encontraba un lugar… hay cosas en la vida que por más que uno las busca no las encuentra”, remarcó, uniendo sus manos. “Y buscando volver al karate encontré por casualidad la práctica del taekwondo, algo parecido. Así ingresé a la Academia Internacional (AIT)”, siguió.
La práctica de karate es milenaria en Filipinas, un arte marcial que requiere la utilización de mucha fuerza además de rigidez. El taekwondo, en cambio, es suelto, ha crecido en la última década y posee mayor consideración deportivamente. “Además de lo físico, básicamente también lo elegí para conocer personas y acompañarlas espiritualmente. El arte marcial no tiene nada que ver con la religión pero sí requiere el ejercicio de la meditación. En la medida que uno crece en esta práctica se gana el autocontrol y la tranquilidad, fundamentales en la vida”, dijo.

Aplicar el don
Actualmente Salares es IV dan y, como profesor de la AIT, aplica sus enseñanzas a jóvenes. “En estos momentos enseño a 15 niños de entre 4 y 12 años todos los martes y jueves de 18 a 19 en el Salón de Cáritas de la Parroquia”, remarcó.
“Fue mi propuesta aplicar el don de la arte marcial aquí porque con ella se puede canalizar y evitar el ingreso a los vicios”, apuntó.
“Con esta idea no todos están de acuerdo pero a mí me hace bien. Estar en contacto con los chicos es una forma de distraerme pero soy consciente que mi trabajo principal es el pastoral. En la vida uno tiene que tener equilibrio”, finalizó Giberto seguro de sus convicciones lo que lo hacen un párroco distinto.

Por Cristian Avellaneda