Compliqueti

Domingo 1 de febrero de 2015
El desayuno a la brasileña (libre, colorido, para omnívoros) es el gran atractivo de los hoteles, pero pocos momentos son tan agradables como el desayuno a la antigua en un hotel marplatense.
Bien temprano los ávidos huéspedes se disponen a librar su primera batalla cuchillito en mano con las tostadas, la mermelada y el mendicrim; y enseguida recrudece la saña cuando tintinean los platitos del café con leche y la azucarera, y desembarcan de la bandeja del mozo las medialunas de manteca, doraditas, recién horneadas. En el Doris, hotel familiar, sobre mantel y servilleta todo fluía, el sábado de llovizna, en silencio y paz, con la mayoría de los desayunadores madrugadores observando el mar por las ventanas del primer piso, untando sus panes, acumulando medialunas en el buche. El matrimonio de esta historia en el Doris bajó al comedor a las diez, buena hora para disfrutar la compañía de otros turistas, aunque menos placentero para el mozo, que venía echando café y leche desde las seis de la mañana y satisfaciendo esos pedidos de los gurises aburridos: ¡quiero jugo! ¡quiero dulce de leche!
El marido ya se había agenciado un diario, y la mujer se relamía con el banquete cuando el mozo se acercó a la mesa y consultó cuánto de café y cuánto de leche querían los señores.
El hombre dijo: miti-miti, sin levantar los ojos del diario. Probó y pidió: Un poco más de café. Probó y exigió: Poquita cosa más de leche. Probó y remató: Un chorrito de café. A esta altura al mozo le temblaban las manos que sujetan la manija de las jarras, y vertiéndoselas por turno en la taza hasta que el desborde corrió por el mantel y goteó desde la mesa, totalmente enfurecido vociferaba: ¡Tomá! ¡Acá tenés, mamerto! ¡café! ¡leche! ¡café! ¡leche! ¡café!.
La mujer pegó un grito, el marido reculó con silla y todo, como si hubiera visto un fantasma, la camarera vino a socorrer al mozo que ya entraba en un brote psicótico, y al rato todo fue una anécdota de trapo de piso, cambio de manteles, jarras humeantes y medialunas crocantes en un día sin playa.

Aguará-í