Otros ojos

Lunes 1 de septiembre de 2014

Es una fija por estadística comprobada, yo les vi la cara, les conocí el intento. Todo periodista de buena voluntad imaginó, mientras escribe, el rostro difuminado y huidizo del asignado lector, anónimo destinatario de su informe de mañana, y hasta supone en su visión paralela ese cierto contento ajeno por la lo que ha escrito y con lo que se gana dignamente su 'pan suyo de cada noche anterior'.

Pero, ¿quién puede fijar de antemano el derrotero azaroso, el albur caótico, de una página del diario?

El almacenero que anteayer la leyó, hoy ya anda envolviendo con ella media docena de huevos caseros, que son los que viene a buscar una mujer delgada, que resulta ser el hada madrina de Jack el Destripador, que casualmente la espera en el cubil, espiando detrás de la cortina, para arrebatarle el envoltorio impreso, como si Sir Galahad arrebataría el Santo Grial, aunque no falte alguna consecuencia funesta tras su lectura, porque a todo Capitán Ahab le llega su Moby Dick.

La página que leyó Jesús aquella mañana (si hubo diario), ¿también la leyó Judas? Vaya a saber uno a qué aguantadero de Alí Babá irán a parar estas hojas, o qué Charles Manson, qué Robledo Puch, qué Mano Negra vaya a terminar posando de contramano a la sombra del barrote su turbia mirada en los párrafos que tan trabajosamente la noche anterior corrigió el cronista y con tanta pasión loable concluyó entre tachaduras compasivas y rostros del porvenir. Pero imaginó mal, quizá a un lector de cafetín, a una señora de patio y mate, un funcionario de gabinete o al laburante madrugador leyendo en el bondi. Son otros ojos.

Así que por hoy, lector, enmendemos y toleremos esta certeza, y sepan esas almas descarriadas que también nos acordamos de ellas, el columnista y los decentes ciudadanos, esos imaginados lectores idealizados, moralmente mejores, como dirán ustedes “a pesar de lo que han hecho y ocultan”. 

Aguará-í