El coleccionista de milagros

Viernes 19 de diciembre de 2014
En familia y feliz. | En el centro, Fabio en la actualidad, con sus padres e hijos

Fabio Ferreyra es un coleccionista de milagros. A sus 38 años atesora una serie de acontecimientos soprendentes. Hace casi ocho años, los médicos aseguraban que tenía un cinco por ciento de probabilidades de vida.
En su cabeza se alojaba un tumor del tamaño de una manzana. Sin embargo, a la semana salió caminando de la clínica y subió los peldaños del colectivo para volver a su casa. Habían dicho que quedaría inválido o que perdería la razón.
Como consecuencia de la difícil cirugía a la que se sometió, veía doble. Le dijeron que no mejoraría. Aunque actualmente sus ojos funcionan con normalidad. Desconoce cuál es la causa que lo llevó a recuperar la vista.

“Voy al doctor, que me decía que no podía sanar. Entonces me dice que fue un milagro. Fue otro milagro”, asiente Fabio, que junto a su padre se salvó de morir en un choque por avenida San Martín. Un colectivo fuera de control atropelló el auto donde estaban ambos. Quedaron aprisionados contra un camión. Fabio y su papá Avelino “resultaron milagrosamente sólo con heridas de escasa consideración”, narra la crónica de El Territorio, hace quince años atrás. En una esquina del barrio Prat no hay muros hay una casa sin muros. Sus cortinas naranjas respiran un amanecer de vida. Las luces del arbolito de Navidad están encendidas, a pesar de que es de mañana.
Fabio abre una carpeta con la historia clínica del Instituto de investigaciones médicas Alfredo Lanari, de Buenos Aires. Allí fue cuando hace ocho años descubrieron que tenía un cavernoma cerebral. Era un tumor benigno, situado en un sector extremadamente delicado. Meses antes, en Posadas, un clínico aseguraba que las dolencias de Fabio eran nada más que estrés. Todo comenzó con un fuerte cefalea que no le dejaba dormir. “Era muy fuerte. No lo puedo describir. Era como me chorreaba algo caliente. Nunca me había agarrado ni siquiera un dolor de dientes. Me desesperé”, recordó.
Fabio trabajaba en un hipermercado de la ciudad y descreían, como su médico, que su padecer era crónico. De a poco, comenzó a desmejorar. “Disminuyó mi fuerza un diez por ciento y con la parte derecha casi no podía caminar. Quise agarrar la bicicleta y se me cayó”.
En ese entonces y además de pedalear, Fabio levantaba pesas.Siempre fue un deportista. “Alzar una pesa que era como para calentar el músculo no lo pude mover. Entonces dije ‘¿qué está pasando acá?’”. En un mes el dolor se incrementó. Tras convencerlo, el clínico firmó la derivación a un neurólogo y este ordenó una resonancia magnética. Así descubrieron la imagen del quiste y su tamaño preocupante, ubicado en una zona mortal.
 Entonces el médico convoca a la familia y anuncia “que lo mío estaba muy feo, muy complicado y posiblemente me iba a morir”, aseguró Fabio. Ahora, cuando él suele encontrarse con el neurólogo en Posadas “me dice que soy un fantasma. No puede creer que estoy vivo”, reconoció el coleccionista de milagros. A más de una semana del diagnóstico, Fabio estaba en terapia intensiva. Con la esperanza que atesoraba la familia, se tramitó su traslado a Buenos Aires, adonde fue internado. Allí estuvo dos meses en coma. “Un enfermero nos contó que apostaron que él no se salvaba. Un señor que limpiaba también estuvo en la apuesta. Y nadie creyó que viviría, que iba a salir caminando menos”, rememoró Natalia Sanabria, la esposa de Fabio. En los 60 días en coma, Fabio tuvo una revelación. “Recuerdo que veía un sol que se aproximaba por una ventana. Calculaba: son las 11. Va a entrar mi familia. Veía a mi mamá, mi papá y mi señora llegar. Cuando entraban  les hablaba y les decía: ‘vamos a volver a Posadas’. Lo mismo a las cinco de la tarde. Calculaba según el sol, porque miraba la ventana”.
No obstante, la sala de terapia intensiva donde estaban internados los pacientes en estado extremadamente delicado y quienes esperaban sobrevivir como Fabio carece de ventanas y sólo tiene muros. De este gran detalle, él se enteró después.
Mientras duró el coma, su familia jamás lo encontró con los ojos abiertos. Siempre estuvo sedado y conectado a distintos aparatos, sin poder hablar. “De las cosas que vos vivís estando en coma son indescriptibles, son indescifrables y me quedo corto para poder describir. Es como el mundo espiritual nos tiene preparado para nosotros, que no podemos comprender siendo personas materiales o físicas”, reflexionó Fabio.
La cirugía para extraer el tumor duró nueve horas. Él despertó tres horas después. Entre residentes y especialistas, un grupo de veinte personas seguía de cerca la increíble historia de Fabio.
En junio se cumplirá ocho años de su intevención. Aunque la neurocirujana Alejandra Rabadán todavía recuerda aquel caso especial. “Me acuerdo perfectamente del caso”, admitió la doctora. “No lo recordamos como ‘el milagro misionero’. Pero sí era un caso muy difícil y se recuperó completamente”, añadió a El Territorio desde Buenos Aires.  En su cuello, Fabio lleva la cicatriz que tendrá por vida por la traqueotomía. En otras partes del cuerpo los puntos que tuvo por una angioplastia y la introducción del catéter. Detrás de su cabeza, la piel marca el camino del bisturí, justo donde se quitó aquel tumor. “Antes no creía muchas cosas. No creía ni siquiera. Le ponía muchas preguntas a la vida, a Dios, a los que nos rodean. Los problemas tenemos todos en la vida. Pero si tenemos en quién depositar la confianza. ¿Podemos creer en alguien? Ese es Dios”, apuntó Fabio.
No obstante, su vida tuvo episodios difíciles de superar. A los dos meses de nacer, Aymará, la primera hija que tuvo con su esposa, falleció de muerte súbita. “Fue un dolor muy grande para nosotros. Una prueba muy difícil. Nuestra vida es así. De prueba en prueba”, sostuvo Natalia, de ojos claros como los de la niña más pequeña que tienen: Génesis. El varón, llamado como el profeta Mikaías y que llegó años después de Aymará fue la primera inyección de vida que la pareja volvió a tener.
Pensionado por discapacidad, el coleccionista de milagros trabaja también pintando casas. Con brocha y rodillo blanquea los muros tal como si fueran el lienzo virgen de un artista. Si el lienzo fuera sobre la historia de Fabio estaría salpicado de esas tonalidades de color que manifiesta la vida cuando es comprendida.


“Fue algo que a mí me acurrucó”
Fabio experimentó un suceso que pudo terminar en tragedia. Estaba acompañando a su papá Avelino. El 12 de julio de 1999 ambos protagonizaron un accidente de tránsito cuando viajaban con un Peugeot 504. Aunque salieron con heridas leves., a pesar de lo grave que significó la colisión. Un colectivo antiguo perdió los frenos y atropelló al coche, aprisionándolos contra el camión que tenían delante. “El colectivo quedó arriba nuestro, nos pudo haber presionado. Tuve que romper el vidrio del costado de la puerta. ‘Vamos a sacar los fiambres’, decía alguien. Me enojé con él. En el momento fue algo que a mí me acurrucó, como un cariño incomparable”, describió Fabio.

Ricardo Javier Vera
sociedad@elterritorio.com.ar