La foto

Lunes 3 de agosto de 2015

"Desaparece todo, quedo yo solo; y llegan los nuevos habitantes del planeta". A veces imagino si fuera el último sobreviviente de una civilización extinguida dándo le cuentas de nuestros ingenios e invenciones, a la que viene allende los cielos. Solita mi alma sin manuales ni apuntadores, frente a ese tribunal de 'neo-neandertales', sin más coartadas y certezas que los recuerdos de lo visto sin que jamás me haya preocupado por sus ocultos mecanismos. Descartaría todo, desde el ábaco y la brújula, al motor y la computadora; desaprendería de mi memoria siempre emotiva, entonces ignorante, todo lo poco aprendido, pero elegiría uno, lleno de intención y avidez de contagiante fantasía; sólo uno para que la nueva ciencia en el planeta recomience con él: la cámara fotográfica.
Y al anoticiarlos vagamente sobre ella, imagino también que dudaría de si aquellas pequeñas cajas que cabían en la palma de la mano no fueron sino soñadas o acaso un artificio de una magia ya sin el mago, también fugado a su gabinete, y que yo no puedo explicar. Porque ¿a quién se le hubiese ocurrido en el universo intentar capturar un instante de la realidad, ese crisol de simultaneidades efímeras para registrarlo en un cartoncito de 10 x 10?
“¿Qué fórmula era la del fijador que revelaba imágenes y hacía aparecer hombres y mujeres, perpetuándolos como fantasmas atrapados en un espejo? ¿Qué misteriosa alquimia ocurría en los primeros cuartos oscuros?” preguntarían los inquisidores, y yo no podría responder.

Una mirada sobre este arte centenario (que de tan acostumbrado se ha vuelto tan vulgar como respirar) y su vínculo con la historia, brinda hoy Teresa Warenycia en la nota de Letras; un valorado compartir de profanadora de sus secretos indagados durante tanto tiempo…  hasta que finalmente el Tiempo, cautivo en las fotos, se le reveló a ella; y vencido, se volvió su aliado. Eso les diría.