Sordera

Miércoles 3 de septiembre de 2014

La situación requiere del largo e interesante preámbulo. Hace muchos años (1919) el enigmático Charles Fort (1874-1932) publicó su libro titulado El libro de los condenados en el que compiló innumerables sucesos misteriosos y fenómenos inexplicables que por la escasez de su frecuencia “no pueden dar origen a una ley que los reglamente ni que permita augurar su secuencia y que por eso, lógicamente, fueron descartados por la ciencia” en su momento. Fort, que coleccionó a lo largo de su vida en cajas de zapatos miles de recortes de diarios, da cuenta de lluvias de ranas, precipitaciones de trozos de hielo, barro, carne, azufre, de una extraña nieve negra, cometas caprichosos, desapariciones, de meteoritos con inscripciones o ruedas luminosas en el mar, de lunas azules y soles verdes, o de aguaceros de sangre. Y se planteaba “qué interpretarían, por ejemplo, esos peces luminiscentes de las profundidades oceánicas si vieran descender sobre ellos deshechos descargados por algún transatlántico”. De la misma manera, suponía, “la Tierra quizá atraviese en su viaje sin fin, basurales cósmicos que se transforman a nuestros ojos en hechos inexplicables”.
Y así como aquellos peces ignorantes, de los que tampoco sabemos nada, andan por el lecho del mar, así los humanos andamos por el lecho del cielo, que es un mar transparente sobre nosotros. Fin del prólogo.
Una sordera temporal vino a instalárseme hace 24 horas y desde entonces vivo en el más aséptico de los mundos en el que no molestan maullidos, ladridos, ni bocinas, ni reproches. El entorno mueve apenas la boca y le basta apenas de mi parte un asentimiento o un amago de negación para darse por entendido porque en realidad no hubiese requerido de mí otra opinión más que esos gestos.

De cefalópodo novato, entonces, en este lecho luminoso, pasa mi jornada. Y es un verdadero placer cuando llega la noche, y nada, ni el conventillo de mis vecinos, ni los truenos de Tor, vienen a interferir mis sueños. Digno de Fort.

Aguará-í