Ruinas de la fe, entre rezos, milagros y travesuras de la siesta

Domingo 19 de marzo de 2017 | 11:29hs.
Aseguran que el edificio tiene poderes milagrosos. | Foto: Natalia Guerrero.

Hay que aguzar la mirada para verla y después tomarse unos segundos para digerir que es cierto: hay una iglesia en medio del monte, con su cúpula intacta y la cruz dominando en lo más alto, como resistiendo el olvido y el paso del tiempo.

 

Desde la ruta pasa casi inadvertida, fundida con los árboles y el follaje que fue cubriendo lo que quedó de su antigua estructura.

 

Cuentan los lugareños que fue la primera iglesia católica de General Alvear, hace más de medio siglo, cuando era una incipiente colonia conformada por un puñado de casas dispersas, entre familias de colonos y tareferos que trabajaban en los secaderos de la zona.

 

Durante décadas, la iglesia Santa Catalina cobijó a los feligreses de las chacras, fue escenario de casamientos, bautismos y velorios, testigo de la vida y de la muerte en las colonias. Y de la fe. Pero el progreso tiene sus propias reglas y con el correr de los años el pueblo se fue acomodando en otro rumbo y las autoridades religiosas decidieron trasladar el templo hacia el sector más poblado. Ya entonces comenzaban a surgir otros credos y consideraron que el cambio de ubicación era necesario para no perder espacio entre los fieles.

 

“De la vieja iglesia llevaron el techo, parte de la estructura y la campana. Después también hubo gente que robó cosas. Hace mucho que se perdió el respeto por lo ajeno y ni las iglesias se salvan. Ahí quedó todo abandonado y creció el monte”, opinó un antiguo habitante de la colonia.

 

Las ruinas de la iglesia Santa Catalina se ubican a unos 200 metros de la ruta provincial 5, a dos kilómetros del acceso a General Alvear, en dirección a colonia Alberdi.

 

Naturaleza y corazones
Grandes helechos adornan un pequeño sendero que lleva hasta lo que queda de la mampostería de la fachada del antiguo templo, rodeado de cedros, paraísos y lapachos, guardianes silenciosos del lugar. Tan inexorable como el paso del tiempo, la naturaleza avanzó en el predio que antaño congregaba a los creyentes. Un jacarandá se coló por uno de los ventanales, y las enredaderas buscan cualquier resquicio de luz.

 

La gurisada de la zona, en sus travesuras de la siesta, suelen visitar las ruinas para tallar nombres y corazones. Otras voces, más solemnes y agradecidas, aseguran que la antigua iglesia tiene poderes milagrosos, que sana y ayuda a quien sabe pedir.

 

Doña Ingrid es una fiel testigo de ello, ya que un fin de año se perdió su mascota y, desesperada, le pidió ayuda al viejo templo.

 

“Soy vieja, pero hice un esfuerzo para entrar al monte y me arrodillé en el barro frente a la cruz. Le pedí por mi perrito, que es mi compañía. Recé y le pedí, y el 24 de diciembre, cuando estábamos cenando, escuché su ladrido llegando a casa. Yo no tengo dudas de que la iglesia hace milagros”, afirmó emocionada. Incluso, contó que años atrás un vecino padecía una seria enfermedad y junto a su familia recorrieron médicos de toda la provincia y Buenos Aires, pero nadie daba con la cura del mal.

 

"La señora fue a pedir a la iglesia y, aunque muchos no crean, al poco tiempo el hombre estaba sano. Le hicieron los análisis y no tenía nada. Ni los médicos podían creer el milagro”, relató. Para otros, más cautos o escépticos, se trata sólo de ruinas en medio del monte, silencioso testigo del paso del tiempo.