El género y los cuernos de los venados

Domingo 19 de marzo de 2017
Este verano se puso de moda el género, tanto que las revistas The Economist (Londres) y Time (Nueva York) han dedicado sus temas centrales a esta cuestión. La mejor revista del mundo dedicó la portada del pasado 27 de febrero al Sexo y la ciencia: la manipulación genética, los clones y la ética de la fábrica de bebés. Y Time de esta semana dedica también su tapa y enuncia el tema con el título Más allá de él o ella: cómo una nueva generación están redefiniendo el significado del género.
Advierto que estas cuestiones afectan de modo distinto a las diferentes generaciones y que no es igual hablar del tema en un asado de amigos varones de edades parecidas que tocarlo en una reunión familiar con varones y mujeres de distintas generaciones. Hecha esta salvedad, voy a tratar de explicar lo que pasa por mi cabeza ante el espectáculo que estamos dando los humanos en estos días de la historia.
La creencia básica de los ideólogos del género podría ponerse en estos términos: varón o mujer se nace, pero el género es una elaboración posterior que tiene que ver con parámetros culturales o sociales. Aunque el sexo venga de nacimiento, la preferencia sexual es una elección que se puede cambiar todas las veces que se nos dé la gana. Se basa en especulaciones variopintas y no muy científicas que suponen que es la misma sociedad la que nos impone modos de actuar, como si nuestra masculinidad o femineidad fueran consecuencia del celeste o rosa de la ropa que nos ponen cuando nacemos; o la maternidad y la territorialidad fueran consecuencia de las espadas o las muñecas de nuestra infancia. Es cierto que la mayoría de los juguetes son estereotipos bastante pavos, pero le aseguro que si las chicas prefirieran camiones Duravit y los chicos muñecas Barbie, las jugueterías atenderían esa demanda porque a ningún industrial se le ocurre intentar cambiar las preferencias del mercado.
Somos varones y mujeres, machos y hembras, que nos atraemos unos a otros con fines reproductivos propios de la especie, como todos los mamíferos y casi todos los animales del planeta. La inmensa mayoría de los varones preferimos ser varones y nos gustan las mujeres y la inmensa mayoría de las mujeres prefieren ser mujeres y les gustan los varones. Y la inmensa minoría es el resultado de otras preferencias, de la libertad de las personas y también de ciertas condiciones relacionadas con la genética y la epigenética.
Esto no tiene nada que ver con la igualdad de los sexos: en esta mitad occidental del mundo lo sabemos en teoría hace dos mil años aunque ha costado lo suyo y todavía aparecen diferencias irritantes. Hoy la más grave es la desigualdad salarial por el mismo trabajo entre varones y mujeres que provocó el paro de mujeres el pasado 8 de marzo. Y lamento que esta lucha por la igualdad lleve a una guerra de sexos en términos dialécticos, planteada como si fuéramos enemigos que viven en la misma casa, cuando lo más común en esta vida es la convivencia amorosa entre mujeres y varones. Y también es cierto que es el amor nada animal el que complica todo entre los humanos: en esto los animales son mucho más felices.
La ideología de género pretende que para que todos tengan la oportunidad de elegir su preferencia sexual es mejor no influir de manera estereotipada en sus decisiones, no por una razón de igualdad sino para evitar cualquier influencia cultural en la elección del género, que no es uno de dos sino muchos más. Pero no elegimos nacer y nacemos mujeres o varones que se atraen mutuamente, con una igualdad esencial y unas diferencias también esenciales y evidentes. En esto –como en otras necesidades básicas de la especie humana– somos animales y lo seguiremos siendo. Está impreso en nuestra naturaleza y no hay modo de alterarlo; tampoco podemos volar y eso no nos causa ningún trauma.
Tengan o no tengan razón los ideólogos del género, los trogloditas que se escandalizan con estos pensamientos les dan la razón porque suponen que pueden influir en sus preferencias sexuales, como si de tanto mirar venados nos fueran a salir cuernos.

Por Gonzalo Peltzer
gpeltzer@elterritorio.com.ar