Valores y virtudes

Sábado 15 de abril de 2017
Mis queridos viejos, su familia, su entorno, comunidad: ustedes deben saber, en los distintos rincones del mundo y en nuestra provincia, los cristianos nos reunimos en el día del Viernes Santo para rememorar y celebrar el Misterio de la Muerte de Jesús.
Por qué y para qué esa muerte nos preguntamos.
Los cuatro Evangelistas nos testifican la muerte violenta de Cristo y nos describen por qué.
La acusación oficial es ésta: "Blasfemo y rebelde".
La verdadera razón es otra; la palabra libre y la conducta fraterna de Jesús despertaron el fanatismo religioso, el miedo, el odio, la complicidad de los poderosos, los puso en evidencia.
Esta respuesta aquieta la curiosidad de los historiadores, pero no la sed de comprender de un creyente.
Nuestra primera impresión, mis queridos viejos, es: nos escandalizamos.
¿Cómo Dios permite que su hijo muera abandonado como un maldito?
¿Es el mal más poderoso que el bien?
Debemos buscar la respuesta en la Fe y, al discernir que fue ejecutado porque nosotros morimos y porque nosotros matamos, Él dio su vida para que la fuerza de amar fuera entre nosotros más vigorosa que la fuerza de matar.
Él nos trasmite una fuerza vigorosa para comprometernos a vivir solidariamente e imitar al buen samaritano.
Hoy, con solo leer los diarios y escuchar las noticias, nos sorprendemos que están entre nosotros quienes, carentes de un elemental respeto a toda persona humana, golpean y dañan a sus adversarios y los tratan como enemigos, los hieren y matan y han intensificado terriblemente la corrupción, manipulación, temor e inseguridad que ensombrecen la vida cívica democrática.
Nosotros los viejos, de la vieja escuela de valores y virtudes, que aprendimos a discernir, sabemos que el "Sufrir" es recibir y aceptar con resignación un daño o contingencia espiritual, psíquico, físico, económico o social y nos hace padecer con dolor, pena, paciencia, conformidad y resignación.
Ese sufrimiento nos debe servir para la conversión, es decir, para la reconstrucción del bien.
El Hijo tiene la misión de vencer al pecado y a la muerte y la función la hace con su Resurrección para que tengamos a través de la Redención, la vida eterna.
La Cruz se ha convertido en un signo que representa una fuente de la que brotan ríos de agua viva y eterna.
Que esta Pascua nos impulse a pensar y discernir cómo podemos participar en la curación de este mundo enfermo y que el Espíritu Santo sea el faro que nos ilumine, advierta y explique lo que Jesús nos dijo, y descubrir que la comunicación más profunda va más allá del rostro y del lenguaje y se tramite directamente de corazón a corazón.
La Muerte y Resurrección de Jesús en la Cruz nos da la Redención y ofrece el camino a la vida eterna.
Mis queridos viejos, felices Pascuas. Que lo pasen bien con y en familia y seres queridos.
Tendamos las manos y ayudemos al prójimo que nos necesitamos.

Por José Miérez
Médico, gerontólogo