Señor Director:
Si bien es cierto que en estos últimos años la informalidad y la resignación ante los hechos consumados son el símbolo que exhiben lamentablemente una inmensa mayoría de nuestros pueblos, quienes todavía seguimos fieles a la cultura ejemplar que persistió hasta la década de los 60 cuando no dominaba la tecnología de ahora, jamás vamos a sepultar en el olvido a quienes, sin aceptar la tentación del vil dinero como tampoco la presión de gobernantes corruptos como totalitarios, han tenido la dignidad de afrontar y enfrentar, sin miedo y en todo momento, a quienes pretendieron someterlos. Ya hace muchos años que en lucha desigual vengo exigiendo que rescatemos de ese injusto olvido, tanto sobre la verdad de esta histórica provincia como también a nuestros pioneros como a quienes con sacrificio, esfuerzo y humildad se prodigaron en organizar y consolidar una sociedad misionera auténticamente culta, generosa y solidaria que es ejemplo en la república. La dignidad del ser humano se medía por sus valores morales y éticos en base a la decencia, la humildad y el respeto a sus derechos y obligaciones.
En el país imperaba la dictadura militar y aquí en Misiones ya eran insoportables los abusos, prepotencia y agravios al pueblo misionero por parte del gobierno de facto de la Armada dirigida por los capitanes de navío Paccagnini y Pérez Echeverría. Ante insoportable situación, el 30 de mayo de 1980 fundé la Comisión de Defensa de los Legítimos Intereses de Misiones (Codelim), con una categórica proclama que la difundí en primera plana en el histórico periódico Econorte que dirigía en Eldorado, donde exigía absoluto respeto a la Constitución de Misiones; apoyo al agro y al sistema cooperativo; defensa de Papel Misionero; rectificación de la política económica que está destruyendo la producción misionera y, hasta tanto vuelva la democracia “Misiones debe ser gobernada por misioneros”. En apenas cinco meses la adhesión fue masiva donde difundía Econorte, desde Jardín América hasta Iguazú y desde Aristóbulo del Valle hasta Bernardo de Yrigoyen, donde la ciudadanía de entonces, sin miedo, se sumaba a esos objetivos, inclusive con sus fotos.