La guerra es cosa de locos

Domingo 16 de abril de 2017
En Hollywood debe haber una réplica de la Casa Blanca que se alquila continuamente para películas y series. Pero no podemos saber si es una réplica la sala de situación llena de pantallas que aparece en las películas, donde el presidente de los Estados Unidos debate con la plana mayor de sus fuerzas armadas si van a provocar el fin del mundo. Las tecnologías han permitido que sea el presidente en persona quien dé la orden de disparar al francotirador que tiene en la mira al mismísimo Satanás en el último agujero del planeta. Y no solo eso, ven en las pantallas cómo le entra la bala en el corazón y lo celebran como si fuera un gol de la selección.
En las películas siempre hay un general malo, que quiere atacar a como dé lugar. Su solución es la guerra y parece que ha esperado toda su vida ese momento para empezarla. Le basta una provocación mínima para estar seguro de que debe desatar el Armagedón.
La realidad no suele ser muy distinta de la ficción y si es distinta ya sabemos que siempre gana la realidad. Las guerras empiezan como uno de los Relatos salvajes de la película de Damián Szifron, ese que se desata con un fuck-you entre dos conductores solitarios en una ruta de Salta y termina con los dos muertos incinerados después de una pelea completamente desquiciada pero absolutamente probable.
Ahora no es una película: Donald Trump mandó bombardear Siria, tiró la Madre de todas las Bombas en Afganistán y amenaza con cascar a Kim Jong-il, el otro loco de Corea del Norte.
Dicen los pacifistas que los fabricantes de armas son en gran parte los culpables de las guerras. Y deben tener razón ya que si no existiera la Madre de todas las Bombas no la habrían tirado y basta con su sobrenombre para entender que se fabrican para reventar al enemigo; ya se sabe que no hay mejor disuasión que encajarle una donde le duela.
¿Hay bombas porque hay guerras o hay guerras porque hay bombas? ¿Dejará de haber guerras si suprimimos las armas y las fuerzas armadas? ¿No volveríamos a empezar tirándonos piedras en el jardín, como Caín y Abel, los hijos de Adán y Eva?
Las fuerzas armadas deben servir para asegurar la paz y no para seguir la guerra que empezamos con un fuck-you en la ruta. Y a veces la misión de asegurar la paz consiste en mostrarle al potencial enemigo que no le conviene hacerte fuck-you. Pero eso es un cuento de nunca acabar porque él dirá que al que no le conviene es a uno, que no sabe con quién se mete y que tiene amigos más fuertes; y uno le contestará que vos y cuántos más y que son todos unos pavotes de cuarta; y el otro replicará que más pavote es uno y que ya va a ver la que le espera y que ya nos vamos a ver las caras y que se despida de su familia… y empieza la guerra. Tan es así que creemos que los humanos somos incapaces de evitar las guerras entre nosotros y el hecho es que a medida que avanzan las tecnologías las hacemos cada vez más catastróficas.
Por mandato de Dios, pero también por experiencia, el modo cristiano de conseguir la paz va exactamente para el lado contrario: consiste en amar al enemigo en lugar de mostrarle los dientes. En vez de redoblar el insulto deberíamos perdonarlo por insultarnos. Como devolución del fuck-you, le mandamos una sonrisa comprensiva. Si te pegan un sopapo en la mejilla izquierda, hay que preparar la derecha y si te tiran piedras, hay que guardarlas de recuerdo: si uno no quiere, dos no pelean.
Pero por más que Francisco se desgañite predicándolo ya se ve que a Trump y al coreano les importa un pepino lo que diga el Papa. Mientras y por las dudas, no vendría mal que hagamos las paces con el vecino.

Por Gonzalo Peltzer
gpeltzer@elterritorio.com.ar