Volvió a Misiones después de 10 años para huir de la violencia

Miércoles 22 de marzo de 2017 | 07:13hs.
Violencia

Coraje para abandonar todo y viajar cerca de 4.000 kilómetros, empezar a construir un nuevo futuro, estar lejos de maltratos de todo tipo y más cerca de una mejor crianza para su pequeño. Una joven de 21 años volvió a Misiones, donde nació y vivió hasta los 11 años, luego de escapar de los golpes de su ex pareja, que se sucedieron durante los últimos cinco años de su vida en el sur del país. 


La mujer se encuentra en la casa de familiares en una localidad del Alto Uruguay, pero prefirió no revelar datos que permitan identificarla para preservar una vida normal. Tiene un pequeño de tres años de quien no se separa y en medio del comienzo de su nueva vida recibió a El Territorio para contar su historia y alentar a que otras mujeres tomen la iniciativa de alejarse al primer indicio de violencia.


“Hace un mes que estoy acá, tratando de estar mejor y salir adelante por mi futuro y por el nene. Lo dejé -a su ex pareja- porque estaba cansada de la situación, demasiado maltrato hacía mí. Golpes, maltrato verbal, psicológico y persecuciones. Así todo el tiempo”, resumió ante la pregunta de qué la había llevado radicarse nuevamente en su provincia natal.


Desde que se puso en pareja, la violencia fue aumentando progresivamente, hasta llegar a empujones y golpes. “Empezó con que no quería que use tales ropas, que no me arregle. En un principio fueron celos y yo lo permití para tratar de estar bien.  Salíamos a comprar y él ya estaba con que me quedé mirando a un chico. Volvíamos a la casa y me decía que soy una hija de puta (sic), no me golpeaba pero me trataba mal”, relató.


La entrevistada conoció a su pareja en 2012, pero le restó importancia a estos episodios de violencia simbólica, hasta que las amenazas empezaron a concretarse. “Cuando estaba embarazada empezó todo.  Cuando yo tenía cuatro y cinco meses de embarazo que ahí empezó a mostrar lo que realmente era”, siguió. 


Agregó que “después ya empezó con empujones, estando embarazada me empujaba. Tampoco quería que vea a mi familia, a mi mamá. Me empezó a alejar de todo, de mis amigas, como que me tenía encerrada en la casa. Si no salía con él, no salía. Vivía con los padres y lamentablemente ellos escuchaban todo y no hacían caso”.


Desde que conoció a su pareja, la entrevistada vivió en tres localidades diferentes en Tierra del Fuego y Río Negro, donde se casó y tuvo a su pequeño. “Tuve un montón de moretones, estaba sentada en la cama y me pateaba en la pierna. Por ahí discutíamos y me quería bajar del auto y me agarraba de los pelos. Siempre puteándome, amenazándome con hacer mierda a mi familia y a mis hermanos si yo me iba. Que algo les iba a hacer a ellos o a mí también”, recordó.


La joven madre empezó de a poco a alejarse de sus cercanos, a recluirse por los temores propios de vivir bajo amenazas y si los visitaba “no decía nada por miedo de que me podría matar, más estando embarazada. Después cuando nació el bebé fue igual. Él -el pequeño- estaba y me estaba empujando, me agarraba del pelo para tirarme a la cama, cosas así. Me sentaba en piso y sólo lloraba, no sabía qué hacer”, revivió.

El escape
Inmersa en ese espiral de violencia, finalmente se fueron a vivir solos y quedó alejada de toda contención. La joven reaccionó a tiempo y, poco a poco, fue dándose cuenta de que tenía que salir de ahí, aunque no fue fácil. El episodio bisagra fue nuevamente una golpiza a patadas en su pierna -probablemente para no dejar rastros visibles- que le impidieron caminar con normalidad por varios días.


A principios de febrero llamó al hermano policía de su agresor, pero no tuvo la respuestas que esperaba. “Yo le dije que le iba a denunciar al hermano y me dijo que si lo denunciaba iba a tener problemas con él. Me sentía re acorralada porque no tenía a nadie y estaba sola”, recordó angustiada. Cuatro días estuvo con su cuñado, aunque terminó volviendo a su hogar.


Días después sufrió el episodio más violento, cuando su pareja, de 25 años, le tiró el teléfono, la arrastró por la casa y le pegó varias cacheteadas y baldazos de agua, todo en presencia de su pequeño hijo. Fue a la Comisaría de la Mujer para asesorarse ya que lo que más temía era perder a su bebé. Los médicos constataron las lesiones, pero dos días después, otra amenaza mediante, recién se animó a realizar la primera denuncia.


“Él se fue a trabajar, ahí fui y lo denuncié. Inmediatamente no le dejaron entrar a la casa, hicieron una restricción de acercamiento. Eso lo tendría que haber hecho en el primer empujón, todo por la familia, por el nene. Estaba corriendo peligro mi vida, no sabía si un día llegaba en pedo y me acuchillaba.  Siempre estuve sola porque yo no hablaba, pero por el miedo que me pasará algo o a la criatura”, sentenció.


A los pocos días su padrastro la pasó a buscar y la depositó nuevamente con sus antiguas amistades y su niñez, donde recuperó la sonrisa. Eligió Misiones para estar lejos y que su ex pareja no tenga la posibilidad de aparecerse de un momento a otro. Ahora quiere volver a estudiar y espera que las heridas sanen pronto para poder ver a sus hermanos y madre.


Con la ayuda y el amor de su abuela y tía espera que algunas conductas violentas que notó en su  pequeño desaparezcan, porque principalmente quiere que “no sea como su padre”.


A las mujeres que sufren situaciones similares aconsejó que “en el primer empujón o falta de respeto, como privarte de usar tal cosa, te dan indicio de que son manipuladores. Ahí nomás pongan un parate. Una vez que te empuja, te agarra del pelo o te putea,  que se terminé todo”.