Los laburantes

Viernes 21 de abril de 2017
De a uno, como convocados por un ritual que no doblega ni la lluvia ni el viento, van llegando temprano los hombres quién sabe desde dónde al galpón que los engulle como una ballena cuando clarea el día, antes de que salga el sol. Variopinta la plantilla; todas las edades, colores y supersticiones, un digno muestrario a escala de la raza humana. Pitan, matean, conversan, se aprestan a trabajar en poco rato. Humea el escape del camión que calienta los motores y los llevará a sus lugares de trabajo. Entonces, llegada la hora, a una orden del capataz, se suben al camión. Algunos se amontonan en la cabina con el chofer, y el resto se acomoda en la caja del volcador. Unos en la proa, cara al viento; otros en las bordas; otros, de espalda, contra la tapa. Encapuchados o con gorras, van los laburantes como van los regimientos a la guerra. Sale el sol y salen ellos. Los siguen las palas cargadoras, la moto niveladora. La primera cuadra es de tierra, casi un puente entre el galpón del corralón y la realidad. Cuando el camión dobla por el boulevard asfaltado cambia el escenario del paisaje y cambia el ánimo de los muchachos.
Yo los veo venir seguido a esa hora, y de tanto cruzarnos, aun sin conocernos, alzo las manos en silencio y me saludan los obreros. Sigo a pié, mirando como se alejan, y a ellos, en cuestión de minutos, se los traga la tierra y la jornada. Cada tanto reconozco alguna mano anónima en la cuadrilla de los barrenderos, los limpia-cunetas, los podadores y entre los peones que cargan las ramas cortadas. Quien no haya recibido alguna vez el saludo de una cuadrilla no entenderá del todo lo que son los famosos trabajadores del alba, los muchachos de Perón, el proletariado de Marx. Las historias y anécdotas de los laburantes, tan parecidas a la de Martín Fierro, no las registra ningún censo más que la implacables planilla del capataz.