#Informededomingo: “Mi hermana y mi tía son mis ángeles”

Domingo 21 de enero de 2018 | 13:42hs.
Cecilia con la edición de EL Territorio del 26 de enero de 2001. | Foto: Facundo Correa
Por Carlos Manuel Cardozo
fojacero@elterritorio.com.ar

Cecilia recuerda que, en los últimos segundos antes del impacto, el conductor del vehículo la miró a los ojos, como admitiendo que había decidido mal. Lo puede contar porque, pese a ir en el asiento del acompañante, es una de las sobrevivientes de la tragedia vial que enlutó a todo San Javier: seis muertos y once heridos.

Como sucede en los hechos que marcan una bisagra en una comunidad, la mayoría recuerda dónde estaba, qué había hecho esa noche, cuándo fue la última vez que hablaron con los infortunados protagonistas. Fue el despertar de la Navidad más dolorosa de la pequeña localidad al borde del río Uruguay, dolor que trascendió muchas fronteras.

La colisión se produjo sobre la ruta provincial 4, cerca de las 6 del 25 de diciembre del 2001, a unos pocos kilómetros de la rotonda que da ingreso a la localidad, frente al conocido barrio Niño Jesús. Los vehículos involucrados fueron un Ford tipo ranchero, en el que iban once personas y un Fiat Tempra, en el que viajaban otras seis. 

Las víctimas mortales fueron identificadas como Sergio Villalba (22), su hermano Alejandro (16) y Julia Sosa (20), quienes iban en la camioneta; Juan Carlos Rivero (21), Ayelén López (14) y Daniela Juárez, que iban en el auto. Estas últimas hermana y tía de la entrevistada. 
Además de Cecilia, otras dos amigas que iban en el auto sobrevivieron: Gladys Gómez Da Silva y Florencia Enríquez. 

En el ranchero, en tanto, se salvaron Marta López (23), las hermanas de las víctimas, Liliana (19) y Miriam Villalba (26), Fernando Dos Santos (18), Silvio González (26) Gisela Rivero Dos Santos (14), Ramón Garay (26) y Jairo Domínguez (18). Todos ellos iban en la caja.

Más de 17 años después de ese hecho, que estuvo enmarcado y potenciado por la crisis que atravesaba el país, Cecilia López (35) recibió a El Territorio y contó por primera vez su vivencia y lo importante que fue el apoyo de su familia, amigos y comunidad para salir adelante. Tiene, dice, dos ángeles que la cuidaron y le dieron fortaleza.

Hoy, con una pequeña hija y un emprendimiento personal en Posadas, ya no quedan casi secuelas y asegura que no ve culpables, más allá de que sabe que el conductor del vehículo en el que viajaba no estaba en condiciones de hacerlo. Aprendió a convivir con las pequeñas cicatrices, las tangibles en su rostro, y aquellas internas, que no se ven. 

Sobre aquella Navidad, recuerda que “nosotros íbamos a salir en la camioneta de mi mamá, que tenía una trafic, y después ella decidió que no porque ‘es peligroso, hay mucho borracho’. Entonces agarró y nos dijo que nos vayamos caminando porque nos quedaba cerca el boliche”. 

“Habíamos tomado sidra sin alcohol porque en casa no nos permitían todavía. Salimos y hacíamos como el after en la casa de mi abuela y bueno, nos cruzamos con este chico - Juan Rivero- que era mi compañero de curso”, agregó la entrevistada, que recuerda todo lo previo al suceso.  

“Nos para con el auto, yo no sabía que estaba bastante tomado, y ahí nos dice: ‘Les alcanzo’. Y ahí le dije que sí, porque podíamos ir a acercarle a una de las chicas que vivía más lejos”, continuó. Pero una vez que todos estuvieron dentro del vehículo, el chofer dijo: ‘Pero primero vamos a dar una vuelta’.

El joven hizo la rotonda y encaminó en dirección a Alem. Delante del vehículo en el que iba Cecilia, se les apareció un Duna blanco, según recuerda. “Llegamos a ver que levantó 180 el auto, iba bastante rápido  y llegó un momento que no se notaba la velocidad”, completó. 

“Yo les dije a mis amigas que se pongan el cinturón, pero jodiendo. En ese momento que le vamos a pasar al auto, llegamos a ver la camioneta y él parece que no la vio”, rememoró Cecilia sobre esos instantes. El coche zigzagueó y no pudo volver a su carril por ese Duna. “Ahí nos dimos de lleno, pero no me acuerdo qué pasó”. 

Después del accidente, “quedamos tendidos en el pasto y recuerdo algo muy vago, como si fuese un sueño, que me levanto y la veo a mi hermana y a mi tía boca abajo. Alcanzo a ver a una de mis amigas que me preguntaba: ‘¿Qué nos pasó, qué nos pasó?’ y yo tampoco sabía”, continuó, siempre con la fortaleza que le dieron los años transcurridos.

Las situaciones que tuvieron que vivir en ese momento fueron dramáticas. El hospital local desbordó y a los accidentados los movilizaron en ambulancias de las fuerzas federales o en autos particulares. A Cecilia la llevaron junto a otro chico a Oberá, pero sólo ella llegó con vida; su hermana falleció cuando era trasladada y su tía en Posadas cerca de la medianoche. 
“A mi hermana la estaban velando en el salón y después de un rato la llevaron a mi tía. Muchas gente no sabía que había fallecido ella también y se enteraron ahí que las iban a velar juntas”, lamentó. 

La sobreviviente se enteró de las muertes de sus familiares recién cuando le dieron el alta, días después. “Yo preguntaba y me decían: ‘Están bien, están bien, están mejor que vos me decían’ y se referían a que estaban en un lugar mejor, porque están en un lugar mejor que yo”, aseguró. 

Contención 
“Gracias a Dios mi familia y la gente del pueblo de San Javier me ayudó muchísimo. La verdad que tengo que reconocer que la gente es muy unida. Cuando avisaron en la radio que me iban a trasladar, mi casa desbordó de gente, era increíble. La verdad estaba muy contenta porque eso me fortaleció muchísimo”, agradeció.

La joven, que por ese entonces tenía 19 años, estuvo en cama durante tres meses, moviéndose muy poco y valiéndose de muletas debido a una fisura del pelvis de la que no quedan secuelas. “Para la magnitud de mi accidente no era nada. No tuve ninguna fractura nada, sólo heridas superficiales. Cortes en la cara y diferentes partes del cuerpo”, recordó señalando las cicatrices, todas imperceptibles.

En cuando a las otras heridas, aseguró que “psicológicamente me ayudó mucho la religión. Yo creo en Dios y lo único que me pudo haber ayudado de esa manera fue Dios, mi hermana y mi tía que son mis ángeles y que están conmigo siempre. Fui al psicólogo para saber si necesitaba hacer terapia y me dijo que estaba re bien”. 

“Es la fortaleza espiritual, la fortaleza de mi familia, de la gente, el pueblo”, sintetizó “a pesar de la desgracia que fue, porque fue una desgracia que va a quedar en el recuerdo de San Javier entero. Fue el accidente en el accidente más trágico del año 2001, el doctor lloraba, atendía a los que podía y lloraba con los familiares, no podía hacer nada”. 

Como la mayoría en San Javier, Cecilia conocía, al menos por alguna referencia, a todos los protagonistas del accidente. La hermana del conductor del auto era la mejor amiga de su hermana, tenía compañeros de escuela, y una amiga con quien se relacionó por primera vez cuando llegó al pueblo desde Buenos Aires, a los 11 años. 

Perdón
Consultada sobre si buscó responsabilidades en el siniestro, dijo que “culpables no hay, yo creo que culpables no hay. Uno tiene errores en la vida, pero creo que son cosas que te enseñan para no cometerlos de nuevo y para que la gente vea y aprenda de los ajenos, porque él -el conductor-  había tomado, y bueno, en su estado no tuvo la reacción que debía tener”. 

“El chico iba mal, fue a pasar en una curva, una bajada, que no correspondía, venía la camioneta de frente que no tenía la culpa y se llevó el accidente. Hay cosas que son inexplicables”, agregó más tarde. Sin embargo, no tiene rencores y sabe que la familia de ese joven también sufrió muchísimo con lo sucedido. 
Cecilia asegura que cuando ve que los siniestros y las víctimas se repiten, no puede evitar pensar en ir a abrazar a los sobrevivientes o familiares. Asimismo aconsejó que en esos momentos “se enfoquen mucho en Dios, que ayuda mucho”. Sin embargo, agregó que lo primordial “es hacer las cosas correctamente, si tenes la responsabilidad de un volante no tomar y más si vas con gente”. 

“Yo trataba de estar bien para que mi familia salga adelante. Fíjate que mi mamá perdió a su hija y a mi tía y mis abuelos a su hija y a su nieta.  Yo era la que quedaba y tenía que sacar fuerzas de donde no tenía para que estén bien”, sentenció emocionada. Y así lo hizo desde entonces.