Informe de domingo: Un capitán de fragata analizó la trascendencia del combate

Domingo 23 de julio de 2017 | 10:15hs.
El escultor de Panambí Eduardo Sánchez creó el busto de Aviarú, uno de los aborígenes que lideró aquella resistencia ante los bandeirantes

Alberto E. Gianola Otamendi es capitán de fragata (R) de la Armada Argentina y en un informe publicado en el Boletín Naval y coincidiendo con varios historiadores, ponderó aquella batalla.

 

El 11 de marzo de 1641, los soldados de Loyola empezaron a arrollar a los bandeirantes, y la batalla duró varios días. El ingenio jesuita había provisto a sus discípulos de armas tan curiosas como una catapulta que arrojaba troncos ardientes.

 

Otamendi, que a su vez es licenciado en Sistemas Navales y perito naval, que además se nutrió de datos publicados por el diario El Territorio, se ocupó en el extenso artículo de detallar las armas usadas, desde fines de agosto o principios de septiembre de 1640, cuando la gran bandeira partió de San Pablo de Piratininga con rumbo a las reducciones del Alto Uruguay, bajo el mando de Jerónimo Pedroso de Barros y de Manuel Pérez.

 

Por el camino del occidente de las sierras de la costa del Atlántico, cruzó el Alto Iguazú y acampó en las nacientes del Apiterebí o Chapecó, donde hicieron el campamento principal.

 

Bordeando este arroyo, bajaron a su desagüe en el río Uruguay, construyeron «ranchadas» y, con maderas, cañas y lianas de la región, hicieron canoas, balsas, arcos y flechas.

 

Una partida bajó en canoas, al impulso de la corriente, a la reducción de la Asunción del Acaraguá, abandonada con anterioridad por sus moradores, que se ubicaron en las cercanías del arroyo Mbororé. Allí construyeron empalizadas para encerrar cautivos y, luego, regresaron a las ranchadas del Chapecó.

 

El hallazgo de algunas canoas y balsas con flechas y enseres, desprendidas de su amarradero por la creciente del río, confirmó a los sacerdotes la información de espías sobre la presencia de los paulistas en las proximidades.

 

La espera
El superior de las misiones, padre Claudio Ruyer, el 8 de enero de 1641 ordenó la urgente concentración de los guaraníes de las reducciones y logró reunir a 4200 aborígenes efectivos del ejército misionero bajo las órdenes de los capitanes Aviarú y Ñeenguirú.

 

Ruyer y estos dos caciques, en una flotilla de canoas tripuladas con los primeros 2000 neófitos concentrados, remontaron el Uruguay hasta el arroyo Acaraguá, donde se les incorporó el padre Cristóbal Altamirano con algunos sacerdotes al frente de otra pequeña agrupación de embarcaciones.

 

Una ligera partida de soldados misioneros remontó el río hasta las cercanías de las bases enemigas, en la confluencia del Chapecó, y velozmente, aguas abajo, volvió con información precisa sobre el enemigo.

 

El padre Ruyer estudió la situación y resolvió el repliegue de las fuerzas a las bases artilladas de Mbororé, aunque dejó una avanzada de quince canoas de guerra frente a las empalizadas de Acaraguá al mando de Aviarú y del padre Altamirano.

 

Los bandeirantes, desde la confluencia del Chapecó, en su flotilla de canoas y de balsas impulsadas por la corriente del río crecido, bajaron al Acaraguá. Su vanguardia, en un aparatoso despliegue de combate, chocó con la vanguardia fluvial misionera, resaltó Otamendi.

 

Aviarú, en una rápida maniobra inicial, con gran audacia, pericia y valor, hundió algunas canoas paulistas. Cuando estos reaccionaron para un combate formal, el padre Altamirano ordenó al capitán Aviarú regresar a las bases de Mbororé. Al ser perseguido, consiguió atraer a los invasores. Llegó con antelación y se puso al frente de la escuadrilla fluvial de los misioneros.

 

El 7 de marzo de 1641, un violento temporal cayó sobre el campamento paulista, lo que permitió la concentración de los contingentes de las reducciones para completar el número de guerreros convocados.

 

El combate
El 11 de marzo, a las 14, la escuadra bandeirante de 300 canoas y muchas balsas tripuladas con 450 hombres bien armados con fusiles y el concurso de 2500 indios tupís flecheros atacó la escuadrilla fluvial misionera de 70 canoas tripuladas con 800 misioneros guaraníes, sostenidos por 3400 combatientes fortificados en tierra.

 

El cañoncito de una balsa blindada, con sus balas encadenadas, los cañoncillos de tacuaruzú retobados con cuero en otras balsas y la fusilería misionera hundieron varias canoas, desconcertaron el frente de ataque e introdujeron cierto desorden en la retaguardia de los invasores.

 

El jefe bandeirante Jerónimo Pedroso de Barros se vio obligado a bajar a tierra, cruzar un arroyo grande y atacar por la retaguardia a un grupo de tiradores que acosaba a sus tropas.

 

Consiguió disolverlo inicialmente, pero el grupo de arcabuceros reaccionó y contraatacó a Barros, que se vio compelido a refugiarse en una empalizada hecha por sus pontoneros al inicio del combate.

 

Escarmientos

Al final, los paulistas debieron huir desordenadamente por la tupida selva.

 

No hubo más expediciones bandeirantes sobre las reducciones jesuíticas, que se desarrollaron, desde entonces, con todo su esplendor y pacíficamente hasta su expulsión de todos los dominios españoles, el 2 de abril de 1767, por la Pragmática Sanción de 1767 dictada por Carlos III.