Los cementerios de guaraníes en los pueblos jesuíticos

Domingo 9 de julio de 2017
Oscar Daniel Cantero, investigador | Foto: Natalia Guerrero
La experiencia evangelizadora llevada adelante por los padres de la Compañía de Jesús entre los pueblos originarios de la indómita región selvática que bordeaba los ríos Paraná, Uruguay e Iguazú trajo como consecuencia un profundo proceso de sincretismo cultural. Así se generó prácticamente una religión nueva, esencialmente cristiana pero que a su vez conservaba numerosos elementos culturales de origen indígena, desarrollándose así una  manifestación sumamente original: la espiritualidad guaraní-misionera.
Así explica el docente e investigador Oscar Daniel Cantero, la experiencia de los pueblos de las misiones, a El Territorio.
Alude al surgimiento del ritual de enterramientos de guaraníes en cementerios.
“Un elemento novedoso, inexistente en la cultura guaraní prejesuítica, fue la presencia de cementerios en los pueblos, que sustituyeron a los tradicionales enterramientos en grandes yapepós (vasijas) en la zona de residencia. El cementerio se ubicaba directamente al lado del edificio más importante del pueblo: el templo, que al otro lado tenía la residencia de los padres o colegio”, detalló.
Los cementerios se dividían en cuatro sectores claramente diferenciados, destinados respectivamente a hombres, mujeres, niños y niñas. Entre las tumbas se trazaban senderos prolijamente cuidados y bordeados con flores de nardo, y en el centro se ubicaba una gran cruz, “grande y hermosa”, según el testimonio del Padre Cardiel. El perímetro estaba rodeado por una cerca. Existía un ataúd comunitario, que no era enterrado con el difunto, quien era depositado directamente en la tierra envuelto en lienzos. Sobre la tumba se colocaba una losa sepulcral con inscripciones sumamente escuetas: se limitaban a informar del nombre del difunto y la fecha del deceso, a lo cual se agregaba en la mayoría de los caso la palabra “omano” (murió en guaraní).
También existían otros cementerios ubicados en las afueras del pueblo, utilizados en época de epidemia para enterrar a los difuntos y evitar de ese modo que la enfermedad se siguiera propagando en los pueblos. Éstos se hallaban ubicados a una prudencial distancia y estaban bordeados de naranjos.
“En los cementerios eran enterrados sólo los guaraníes, ya  que los padres jesuitas recibían sepultura en el interior de los templos. Pero no solo ellos: también algunos caciques principales y aquellos corregidores que fallecieran en el ejercicio del mando eran acogidos dentro de la Iglesia. Con ello, los jesuitas buscaban reforzar una concepción de sociedad jerárquica y piramidal, más propia de la cultura europea que de la mentalidad guaraní”, refirió y añadió que “los padres de la Compañía muchas veces permanecían en los pueblos hasta su muerte, que en algunos casos se producía en una edad bastante avanzada. De hecho, el ser misionero era considerado un ejemplo de virtud en la época, y en Europa se leían las Cartas Anuas buscando despertar la vocación de los seminaristas a fin de que tomaran la elección de misionar. Y esa decisión, en la mayoría de los casos, era de por vida”.
Numerosos e importantes jesuitas se encuentran hasta hoy sepultados en las antiguas Misiones: José Cataldino y Simón Mazeta, los pioneros del Guayrá, descansan junto al altar del templo de San Ignacio, pese a que fallecieron antes de que el pueblo tuviera su asentamiento definitivo. “Cuando un pueblo se mudaba, se desenterraban los restos de los padres y se trasladaban junto con la comunidad y otro caso sumamente significativo es el de Antonio Ruiz de Montoya, que falleció en Lima y fue luego trasladado hasta Loreto”.