La première gorgée de bier

Domingo 14 de mayo de 2017

Imagínese que llega a su casa cansado después de un día de intenso trabajo y bastante calor. En la heladera lo espera una botella de cerveza bien fría. Se la sirve en una pinta que guarda en el freezer y disfruta del primer trago como si estuviera en el cielo. La première gorgée de bier es un estándar muy francés de los placeres minúsculos y es el título de un libro de Philippe Delerm que le recomiendo, pero se lo explico porque va a ser difícil de conseguir. Y por supuesto que da lo mismo si es cerveza o la bebida refrescante que a usted le guste (pienso ahora en el jugo de pomelo rosado que me espera encima de la mesa de una confitería de Corrientes mientras esto escribo).
Hay gente capaz de disfrutar así, como si se estuviera bebiendo el cielo, de un vaso de agua que ni siquiera está fría. Otros, en cambio, encontrarán siempre algún defecto: la cerveza tiene poca espuma, o tiene más de la cuenta o no está tan fría o está demasiado fría… De paso le aviso que la espuma es parte esencial de la gloria de la cerveza como también la serendipia de tomársela como le toque, sin provocarla ni evitarla.
Cada uno tiene en esta vida su première gorgée de bier, sus hábitos, sus reflejos, sus gustos que valen toda la sed del mundo. También la sed es un decir: ponga en su lugar el estrés, la fatiga, el aburrimiento, la sobrecarga de trabajos o de problemas.

Aprendemos tarde en la vida que lo que importa no es la plata ni el poder. Y mire que todo el mundo lo dice y lo repite, especialmente los que tienen plata o poder y al cabo de los años no han sido felices. A pesar de esos consejos seguimos buscando la felicidad en las cajas fuerte y en las alfombras rojas en lugar de buscarla en las cosas minúsculas de las que podemos disfrutar mucho más que de los millones acumulados no se sabe para qué.
Cuántos que tienen todo desearían disfrutar de la felicidad de no tener más que un vaso de agua y cuántos no son felices porque solo tienen un vaso de agua… ¿Será que está mal repartida la riqueza? Claro que sí. Ricos son los que saben disfrutar de las cosas sencillas de la vida y pobres los que no saben disfrutar de nada. Ahora se lo abrevio: ricos son los que saben y pobres los ignorantes. Y si mira un poco en la historia va a encontrar que no hay sabios ricos y no es porque no sepan, es porque no quieren.
En estos días aparecieron dos amigos que no veía hace años. Uno encantado porque había ganado un campeonato de lanzamiento de plomada con caña de pescar en seco: la puso a 173 metros en un parque del Gran Buenos Aires. El otro lo que lanzó fueron las cadenas de sus negocios, empleos y proyectos y se instaló en la chacra familiar a arramplarle frutos al planeta: “No hay nada como la tierra” me decía.
Mire qué fácil es ser feliz con las cosas de este mundo y no le digo nada si cree en las del otro, donde todo lo que de verdad tiene valor es más gratis que hablar. Esos detalles son los que al final importan: ser capaces de disfrutar de los afectos, de la belleza sencilla de las cosas que nos rodean; de los olores de las plantas, del filo de las piedras, de la gravedad fugaz del agua y de los caprichos del fuego; de paisaje estremecedor de la selva o de un arbolito que crece moroso en una maceta; del sabor prehistórico de un pedazo de costillar asado con leña de ñandubay o de lo que nos queda en un vaso con soda de sifón; de la ópera Nabucco en la Scala de Milán o de un chamamé mal grabado mientras cocinamos fideos con manteca… y guarde manteca para una tostada calentita, que ahora me acuerdo de la mujer de un amigo que le preguntaba cuánto vale el olor del café junto al de las tostadas recién hechas una mañana de éstas, cuando el día todavía no nos estropeó ninguna esperanza.
Decía Adolfo Bioy Casares que la sensación más placentera –la premier gorgée de bier– de su vida la tuvo al despertarse en un camarote de tren y oír los pasos de alguien en la grava. Eso es la vida: nada y todo a la vez. No se la pierda.

Por Gonzalo Peltzer
gpeltzer@elterritorio.com.ar