Historias detrás de los muros

Domingo 19 de marzo de 2017 | 07:10hs.
La capilla La 43, a la vera de la ruta 2, atesora la historia de un pueblo y también un mito. | Foto: Marcelo Rodríguez.

Su silencio, en realidad, dice mucho. El deterioro de sus paredes representa un grito de auxilio. La indiferencia acelera su muerte, no importa cuán importante haya sido décadas atrás. Se trata de la iglesia Santa Catalina, ubicada a unos 200 metros de la ruta 5, cerca al acceso de General Alvear. Ahora es una iglesia en medio del monte, con su cúpula intacta y la cruz dominando en lo más alto resisten al paso del tiempo.

 

Como ese lugar, hay tantos otros, a lo largo y a lo ancho de Misiones, que fueron clave para el desarrollo de las comunidades. Muros que instalan misterios y desatan las más insólitas anécdotas. Es el caso de la capilla conocida como La 43, recordada por la historia de los tesoros enterrados.

 

La capilla está a la vera de la ruta 2, cerca de la localidad de Santa María. El último dueño de ese predio no tuvo más opción que cercarlo para desalentar a los buscadores de oro, que creían que la luz de los espíritus marcaba la ubicación del botín. El mito generó innumerables pases de pala y movimiento de tierra por las noches.

 

El castillo de piedra es emblemático en Candelaria. No hay precisiones de cuándo fue construido. En tanto, según estimaciones de los vecinos más antiguos, la infraestructura se remonta a poco más de un siglo.

 

Allí, comenzó a funcionar la Escuela 285 Santa Cecilia, en el año 1938. Fue testigo de historias de docentes y alumnos que pasaron por sus aulas. En la actualidad, sus nuevos propietarios hacen lo posible por mantener en pie una casona, que se luce tanto por el diseño como por las huellas de la infancia que dejaron los lugareños.

 

El patrimonio es identidad e inclusión, remarcan los escoltas de la cultura. Y, en ese sentido, El Territorio presenta un recorrido por algunos municipios con la intención de revalorizar.

 

“Mantener a la población ajena al conocimiento de sus propiedades como comunidad conviene a los intereses que de quienes quieren privatizar los bienes que son de todos nosotros. Hay que estar alerta por ello, ya que el deterioro de los bienes de la comunidad es un proceso silencioso y a veces irreversible”, dice la arquitecta Graciela de Kuna.

 

También hay otra realidad que vale la pena contar para que así la acción se replique. Para que sirva de inspiración para vecinos y autoridades municipales. ¿Por qué no? Están aquellos lugares que corrieron con la suerte de no ser olvidados.

 

La casona de Puerto Bemberg en el casco histórico de Puerto Libertad fue construida en los años 30 y hoy sigue habitada por sus descendientes, que lograron mantener el lugar pese al avance de la modernización.

 

La mansión albergó y alberga aún a la pionera familia de origen francés iniciada por los hermanos Otto y Federico Bemberg y descendientes, a los primeros administradores de la yerbatera y a un sinnúmero de ilustres visitantes, como ser miembros de la monarquía europea (entre ellos, miembros de la propia familia Bemberg), banqueros, políticos, artistas, escritores de nuestro país y de distintos lugares del mundo.

 

El histórico edificio de dos plantas, emplazado en las barrancas del río Paraná frente a la localidad paraguaya de Pyrá-Pytá, en el lugar donde llegaron los fundadores, fue construido con materiales traídos en barcos, ya que recién en los primeros meses del año 1942 la ruta nacional 12 unía a Puerto Iguazú con el resto de la provincia. Como es de imaginar para aquella época, muchos de los materiales como sanitarios, espejos, broncería, azulejos y vajillas provenían del Viejo Continente.

 

Otra muestra de reivindicación de las paredes con historia es el edificio que ocupa la Murga del Monte, en Oberá. Fue primero un secadero de yerba y té, único espacio en el país que resguarda las raíces de los emprendedores de la época. Algunas paredes conservan la unión de adobe, lavadas por la lluvia. La intención de los dueños era vender la propiedad, entonces la comisión directiva de la Murga del Monte presentó diferentes proyectos al Instituto Nacional del Teatro, para comprar el galpón que antes era parte del secadero. Así fue, los teatreros se constituyeron como nuevos propietarios, dándole vida a ese lugar desde 2008.