Osvaldo Bayer es uno de los periodistas e historiadores más respetados en la Argentina. Fue un autor censurado por dictaduras militares y gobiernos democráticos, puesto que su labor fue desde siempre encontrar la verdad donde se cubría un manto de sospechas o simplemente se la ocultaba para resguardar apellidos de familias “bien”, como los poderosos de Santa Cruz - agrupados en la tristemente célebre Liga Patriótica- que colaboraron con los crímenes denunciados en la “Patagonia Rebelde”, la más celebre obra de Bayer, en el que se denuncian los fusilamientos de medio millar de obreros en manos de militares, enviados durante 1921 por el presidente Hipólito Irigoyen.
Si bien Bayer siempre ha reivindicado la historia de la lucha obrera en la Argentina del siglo pasado a través de la reconstrucción de figuras esenciales, en toda su obra no ha indagado tanto en la individualidad de un transgresor como Severino Di Giovanni, motivo del primer libro que publicó el investigador, en 1970.
La obra “Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia”, es el título de esta admirable investigación sobre un italiano veinteañero que, de ser un obrero gráfico pasó a ser el “enemigo número uno” de la Argentina.
Bayer trae a la memoria del lector la revisión histórica de un anarquista que vindica “el derecho de matar al tirano” y que en su ideología planteaba la liberación de los oprimidos, con intensa pasión y sensibilidad. Por ejemplo, en una carta enviada al periódico “Anarchia” denunció: “En la Argentina existen territorios en los cuales todavía impera la esclavitud. En El Chaco, en Misiones y en otros lugares se hallan esparcidos miles y miles de feudos- como La Forestal Limitada- donde la policía subvencionada por las empresas está al servicio de los patrones. (…) Esos esclavos se llaman mensú. Son explotados sin compasión, sin poder jamás saldar sus cuentas con el patrón, debido al ‘anticipo’. Si claman por su libertad, son castigados, fugan a la selva y allí son reprimidos a palos”.
Historia repetida
En el prólogo de su más reciente edición (2009), adonde se compilan nuevos testimonios y archivos europeos, Bayer escribió: “Creo que la historia de este hombre puede servir otra vez para la discusión. Los escenarios y los poderes de la década del veinte no han cambiado en demasía. Lo que la sociedad establecida hizo con Severino se repitió luego miles de veces en la década del setenta”.
Nacido en Los Abruzos, Italia, en 1921 Di Giovanni se entregó - a los veinte años- a las ideas anarquistas. Un año después, comenzó la dictadura de Mussolini y obligado por las censuras, como también las persecuciones, decidió emigrar a la Argentina.
En Buenos Aires, Severino comenzó a editar en 1925 el periódico “Culmine”, dirigido particularmente a sus compatriotas obreros, y adonde fundamentalmente se criticaba al fascismo italiano como así también los abusos autoritarios en la Argentina.
La pluma de Severino fue reconocida en todo el mundo puesto que, mientras era perseguido por la policía, sus cartas fueron publicadas en periódicos extranjeros, donde firmaba con diversos pseudónimos.
La metodología violenta de este “vindicador de la dinamita” fue criticada hasta por los mismos anarquistas argentinos.
Por la encarcelación de los anarquistas Sacco y Vanzetti - luego condenados a muerte, aunque luego se reconoció la inocencia de ambos- en 1927, Di Giovanni hizo estallar una bomba en la embajada de Estados Unidos en Buenos Aires.
Si bien no hubo heridos, no ocurrió lo mismo cuando hizo volar parte del consulado italiano, por entonces reducto del fascismo que agrupaba a los “camisas negras”, causando siete muertos.
Tuvo otras intervenciones violentas que fueron reproducidas con sensacionalismo por la prensa argentina, donde lo catalogaron como “el más temible”.
Ayudado por sus compañeros de lucha, Di Giovanni escapó muchos años de las autoridades, mientras intentaba mantener vivo el fuego del amor que compartía con la adolescente América Scarfó.
Ella tenía 16 años - Severino 26- y compartía con extraordinaria lucidez las mismas ideas libertarias que Di Giovanni.
Fue un romance clandestino, prohibido por los padres de ella y cuestionado por los compañeros anarquistas de él.
Mientras estaba perseguido, Severino escribía a América sus cartas, en las que fundía sus más profundos sentimientos. Mientras tanto, no se olvidaba de pedir la liberación de sus compañeros de ideas, algunos detenidos en “la Siberia argentina”, como llamaban a la prisión de Ushuaia.
Pero los días de Severino estaban contados. Llegarían a su fin con la Década Infame, juzgado y condenado por un tribunal militar. En 1931, a los treinta años de edad, “el idealista de la violencia” recibió ocho tiros en su fusilamiento.
América y Severino, la adolescente y el enemigo público
Ricardo Vera